Hacer está sobrevalorado

Hacer mucho, no es suficiente

Un servidor de ustedes

Llevo años con problemas de inundaciones en un patio interior de mi casa. El problema es que a ese patio caen demasiadas bajantes y cuando hay una tormenta de esas duras, con granizo, de las que parece que se viene el fin del mundo, el desagüe no traga lo suficiente, el agua cubre el patio y, por una puerta, entra a mi domicilio inundándolo. Solo ha sucedido tres veces en quince años pero, coño, es francamente desagradable.

Pues bien, durante estos quince años he probado de todo: tablas, plásticos, el patio se hizo de nuevo y, nada; hasta he ido a hablar con los técnicos del ayuntamiento para que no me dejasen desviar una bajante a la calle (no es “armónico” romper la fachada de esa manera, me dijeron; seguro que les parece más “armónico” el vaivén de las olas que entran por el patio  mientras surco, viento en popa a toda vela, el salón de mi casa).

El problema persiste ahí; es algo que comprobé hace menos de un año,  mojándome hasta tuétano y jodiéndome la espalda a escurrir toallas. Lo infrecuente del mismo (tres veces en quince años) hace que te de pereza afrontar buenas soluciones, incluso después de un buen susto y te conformas con hacer ñapa tras ñapa, apaño tras apaño.

No siempre hacer produce resultados.

La historia está inacabada. Un día me puse a pensar y se me ocurrió una posible solución. Nada genial, simplemente un par de medidas “paliativas” que juntas podrían funcionar. Llamé a un albañil, se lo planteé y no le pareció mal. A mí me pareció mal que me pidiera 400€ por el trabajo de una tarde. Este fin de semana, he ido al Leroy, me he gastado 25€ en materiales y herramientas (sí, pensar suele resultar más barato a medio plazo) y he hecho lo que quería hacer, a pesar de ser  más manazas que manitas.

¿Adónde quiero llegar?

A que “hacer” suele funcionar, si y sólo si, va precedido de “pensar” (y a veces ni eso pero, bueno, para eso está la resignación humana; buscamos la productividad no la magia). Hacer mucho, no es suficiente.

Hay mucha gente que ya “hace” muchas cosas, aunque no haya oído nunca el concepto de productividad personal. El problema es que estas personas, con frecuencia,  se pasan la jornada  haciendo cosas, en su mayoría, inútiles. Conozco a varios que se pasan todo el día colgados del teléfono, es más, lo cogen en cualquier reunión a la que asisten, están en todas las reuniones a las que voy (y  mira que me honran invitándome a unas cuantas) y corren. ¡Joder! ¡Corren por las oficinas!

Cualquier persona que vea a uno de estos individuos creerá que es poco menos que el encargado a nivel mundial de JP Morgan el día que estalló la crisis financiera pero lo cierto es que no, habitualmente, suelen ser mandos intermedios (o ni eso). Es una máscara. Muchos de ellos tardarán días (o semanas) en darte una respuesta a un correo, no te devolverán las llamadas (seguro que es por eso por lo que les llaman tanto) y jamás completarán una tarea que les asignes ni prepararán una reunión de los cientos a las que asisten mensualmente.

Agitar mucho las manos, haciendo aspavientos, y gritar, nos hace creer que se estén ahogando aunque, si miras a sus pies, verás que están en un charco de dos centímetros (no como los de mi patio).

¡Ojo! Que es un mal que nos afecta a todos y del que uno, como en las peores adicciones, nunca está a salvo. Yo mismo llevo unos meses haciendo muchas cosas y sin embargo siento un cierto vacío y pérdida de rumbo. Sinceramente creo que el hecho de experimentar con Autofocus el pasado semestre, mezclarlo con otras ideas pero manteniendo ciertas cosas de GTD, usar un sistema  en el trabajo y otro en casa, etc. me ha hecho perder bastante de la perspectiva. La perspectiva en terminología GTD, la cabeza hace tiempo que…

Hago bastantes cosas, algunas de ellas son parte de mis objetivos anuales pero, sin embargo, no me siento bien.

¿Qué falla?

No sé, es como si las cosas que hago fuesen “demasiado estándar” o como si las hubiese fijado en su día sin demasiada determinación o, creo que es más exacto, sin un adecuado proceso de reflexión y/o maduración.

Si seguimos los dictámenes de la productividad personal como robots, manejaremos una buena colección de trucos, tendremos nuestros proyectos, haremos nuestras revisiones e incluso nos fijaremos objetivos y metas. Haremos mucho pero pensaremos poco.

En cambio, y cerrando con otro ejemplo personal, hace poco conseguí sacar adelante una tarea dura en la que estaba atascado. Se trataba de redactar una guía del proceso de negocio del que soy propietario en mi empresa y por su extensión venía procrastinando desde hace un tiempo.

Hasta que un día me senté, pensé en que ésta era una meta profesional clave para este año y empecé a planificar los diferentes temas que trataría, a qué perfiles afectaban y, para cada uno de ellos, qué materiales debería recoger así como con quién debería de hablar para asesorarme sobre cada tema.

¡Oh, sorpresa! Tras este gran paso, es decir, tras a ponerme a pensar, todo fue más sencillo. Planifiqué la realización de tareas (que ya no parecían tan abrumadoras) y gracias al control que he conseguido en mi día a día pude apañármelas para culminar la guía y poder dar el siguiente paso de empezar a divulgarla e implantarla.

¿Por qué digo que hacer está sobrevalorado?

Si sólo hubiese hecho y no hubiese pensado, en mi patio sólo tendría parches y en mi trabajo, aún hoy, no habría empezado con la guía de los cojones.

Ahora estoy contento con lo hecho porque he conseguido realizar lo que primero pensé.

Así que si hacer es la leche, saber lo que hacemos es la releche.

Imagen | Think tank