La bicicleta frenada

«Con mejor conciencia se pueden tomar mejores decisiones y con mejores decisiones se obtienen mejores resultados«

Robin Sharma

Hace unos meses me robaron la bicicleta del patio de mi propia casa. Con motivo de unas obras, derrumbaron el edificio colindante y, durante un tiempo, los patios interiores se convirtieron en exteriores, al perder una de sus cuatro paredes. En uno de esos patios dejo mi bicicleta y los cacos aprovecharon para subir por los andamios de la obra, a pesar de vallas y candados, y llevársela.

El caso es que, tras el disgusto inicial, me compré una bicicleta nueva. Como uso la bicicleta a diario para ir al trabajo elegí una bici más apropiada que la bicicleta de montaña que venía usando; una bicicleta de paseo con guardabarros y cestita. Llevo ya unos meses con ella y estoy encantado; la bicicleta salió realmente barata, por lo que no me preocupa demasiado que me la roben, y es más práctica para el cometido que le doy.

No obstante, a las pocas semanas de usarla, notaba que algo raro pasaba. A la más mínima cuesta sudaba como un campeón. Aparte de achacarlo a mi penosa forma física deduje que algo no iba bien, pero nunca encontraba el lugar ni momento de revisarla. Pasé así casi dos meses hasta que un día dije: voy a echar un vistazo. No es que sea precisamente  un manitas pero hoy en día eso no es excusa. Vas, por ejemplo, a Youtube y tienes ejemplos de casi todo. Hasta he llegado a cambiar la puerta de mi lavadora, pidiendo el repuesto por Ebay,  ayudado con un video de Youtube.

Total, que me remangué y revisé los frenos. Lo que pasaba es lo más normal del mundo y más en una bicicleta nueva. Los frenos se habían desajustado y las zapatas rozaban con la llanta. Buscar la herramienta adecuada, hacer unas cuantas pruebas y ver algún video me llevó como una hora. Resultado: la bicicleta va perfecta y los trayectos al trabajo ahora son paseos y no un Ironman.

¿Cuál es la moraleja de esta historia?

La moraleja es doble.

Primero, si necesitas una cosa, no esperes a que ocurra algo que te obligue a tomar la decisión (en mi caso, el robo). Tomar decisiones es una habilidad fundamental en el trabajo y en la vida y, como todo, se mejora practicando. Evalúa pros y contras, pon sobre la mesa lo que necesites (dinero, tiempo para mirar en tiendas; ventajas e inconvenientes) y toma la decisión. Tomar decisiones de una manera sistemática (y no volver sobre ellas) también descarga nuestra mente. Esto es ser productivo.

Segundo, si algo va mal párate a revisarlo. No sufras innecesariamente, máxime, si la solución está en tu mano. Para saber si está o no en tu mano vas a tener que pensar (es duro, pero no se suda). A estas alturas supongo que os suena eso de “tiempo de calidad para pensar”, ¿no? Pues eso aplica a muchas cosas, desde la insignificancia con los frenos de mi bici hasta decisiones cruciales en la vida que no estamos dispuestos a enfrentar, unas veces por miedo, otras por falta de tiempo o recursos.

Las excusas proporcionan un alivio pasajero; las decisiones te hacen avanzar, cuando salen bien, y te hacen aprender, cuando salen mal.

Vigila permanentemente lo que haces y piensa en cómo mejorarlo. Optimiza.

Da igual que tengas tiempo de sobra o músculos para mover una bicicleta frenada. Estoy convencido que la mentalidad de mejorar pequeñas cosas constantemente es el único camino hacia la excelencia, entendida ésta no como un concepto abstracto en un libro de marketing sino como un camino hacia nuestra propia realización.

Y una última cosa, no desfallezcas. Ya ves que alguien como yo, que se supone productivo, es el primero que se comporta como un gilipollas integral y es que, como sabiamente dijo Edwin Louis Cole:

No es cayéndose al agua como se ahoga uno sino quedándose en ella