Los grandes sumisos hacen a los grandes tiranos

Recuerdo un tipo que, cuando éramos pequeños, era el tirano del patio del colegio. Se trataba del típico chaval bastante más desarrollado que el resto lo que, a esa edad, le dotaba de un poder intimidatorio considerable. Había que pasarle todos los balones, había que dejarle pasar corriendo y era el primero en ser elegido para cualquier juego.
Recuerdo también a un profesor en la universidad que humillaba a los alumnos, toqueteaba a las alumnas y se jactaba de corregir los exámenes en una sola tarde (unos ochocientos) de partido del Athletic de Bilbao, equipo del que era fiel seguidor y a cuyos encuentros asistía con devoción. Tenía una plétora de admiradores, todavía hoy si buscas por Internet aparecen frases suyas como si se tratase de un filósofo.
Recuerdo también a un jefe, ya en mi etapa profesional, que hacía llorar a algunas compañeras delante de todos, se pasaba la vida gritando a propios y extraños, especialmente a subcontratados, y que acumulaba en su haber alguna acusación de acoso laboral. Con éste tuve una experiencia muy desagradable ya que se permitió juzgarme por rumores malintencionados que le hicieron llegar sus esbirros.
Por suerte, he sobrevivido a todos ellos.
Y he sobrevivido por la sencilla razón de que no era la víctima y porque, cuando han intentado que lo fuera, les he plantado cara como he podido. No soy un tipo especialmente valiente, más bien lo contrario, pero la única defensa posible ante estos individuos es plantarles cara y que sea lo que Dios quiera. Si huelen debilidad se crecen; si huelen sangre, atacan.
¿Qué puedes hacer tú?
Primero, niégate a ser víctima. Rebélate. Es puro instinto de supervivencia. Eso no se aprende, simplemente se hace. Si no peleas por ti, nadie lo hará.
Segundo, niégate a ser cómplice. Sólo hay algo más despreciable que ser un verdugo y es ser el cómplice de éste.
Lamentablemente, ser cómplice es una manera de no ser víctima y es la manera en que aflora el instinto de supervivencia de muchas personas. Es como el chiste de los dos expedicionarios que van por la selva y oyen rugir al león. Uno empieza a correr y el otro se para a atarse bien las botas. El primero le pregunta: “Pero, ¿crees que vas a correr más que el león?”. Y el segundo, con una sonrisa sibilina, le contesta: “Sólo necesito ser más rápido que tú”.
No olvides, no obstante, que “cumplir órdenes” no fue un argumento válido en el juicio de Nuremberg siendo llevados a la horca por igual verdugos y cómplices, todos asesinos.
Recuerda, los grandes sumisos, sean víctimas o cómplices, hacen a los grandes tiranos.
Ayer cumplí 45 tacos.
Posiblemente el trauma ha hecho que hoy me salga una entrada tan rara. Pero es que veo que muchas veces nos llenamos la boca diciendo que nuestro sistema de productividad personal debe estar guiado por una visión y unos valores y, luego, en el día a día, lo único que vemos es nuestro propio culo y, emulando a Groucho, decimos “estos son mis valores, si no le gustan tengo otros”.
Nuestros valores somos nosotros, no son palabras escritas al principio de una lista.
Pensando, aparte de en lo viejo que me hago, en lo que es importante, creo que, en esta vida, las cosas que merecen la pena pueden contarse con los dedos de una mano.
- La primera es ser asertivo, es decir, decir lo que piensas de manera firme y a la vez empática. Esto engloba ser sincero, ser valiente y no olvidarte del que tienes enfrente.
- La segunda es ser coherente, es decir, que tus palabras se vean corroboradas por tus hechos. Hablar es gratis, lo difícil es practicar lo que predicas.
- La tercera es ser un eterno aprendiz, reconociendo que, tengas la edad y formación que tengas, queda mucho más camino por recorrer que el recorrido.
- La cuarta es disfrutar del viaje.
Y como me sobra un dedo, permitidme que le lo saque en una elegante peineta al matón del cole que hoy es el más bajito de los de nuestra edad, al jefe que ya está jubilado y a cuya despedida no fueron ni «los suyos» y al profesor…bueno, el profesor murió así que tanta paz lleve como dejó.
A los cómplices de todos ellos, mi más profundo desprecio.