Practicando la gratitud: párate, mira y actúa


“El corazón es como un jardín. En él pueden crecer la compasión o el temor, el resentimiento o el amor. ¿Qué semillas vamos a plantar hoy en nuestro corazón? “

Jack Kornfield

Empezamos con un cuento sufí (aunque el término sufí en su uso coloquial incluye a todo aquél que practica el sufismo, desde el punto de vista técnico en el sufismo se denomina como sufí a quien ocupa el más alto grado de realización espiritual en el camino iniciático del Islam) que dice así:

Al ser joven, apuesto, inteligente y bueno, Ayaz era el favorito del rey. Este último gustaba de su compañía. Buscaba sus consejos y tenía una confianza absoluta en él. Para sellar su amistad, colmó a Ayaz de tantas mercedes que, gracias a dicha generosidad, éste se encontró en posesión de una pequeña fortuna.

Evidentemente, su posición no dejó de exacerbar el odio y los celos de los demás cortesanos que no soñaban sino con su caída y trataban por todos los medios de desacreditarle delante del rey.

Como Ayaz se encerraba todos los días en una pequeña cámara, donde se quedaba un buen rato, los cortesanos pensaron haber encontrado, por fin, la prueba de su doblez. Se imaginaron que guardaba allí el fruto de sus rapiñas. Se apresuraron a informar de sus sospechas al rey y le suplicaron que desenmascarara al traidor visitando la cámara misteriosa.

Movido por esta camarilla llena de odio y convencido de la fidelidad de su favorito, el rey aceptó su petición a fin de acallar aquellas malas lenguas. Ordenó que se echara abajo la puerta de la cámara y, seguido de sus cortesanos, penetró en la estancia.

Cuál no sería su asombro al descubrir todo el mundo que la estancia se hallaba completamente vacía. En vez de encontrar en ella montones de riquezas resguardadas de la mirada de los curiosos, lo que los presentes vieron fue nada más que un viejo par de sandalias de cuero y un mísero traje hecho jirones.

Intrigado, el rey hizo venir a Ayaz y le preguntó por qué guardaba tan celosamente aquellos viejos andrajos.

Este último le respondió con modestia:

– Fue vestido con estas ropas viejas como llegué a la corte y vengo a verlas todos los días para acordarme de todas las bondades que me habéis dispensado desde entonces.

No perder la perspectiva y acordarnos de los orígenes, agradeciendo todo lo que hemos recibido por el camino.

¿Agradecemos cuando somos felices o somos felices cuando agradecemos?

De este interesante tema nos habla el Hermano David Steindl-Rast. David nació en Viena, Austria en el año 1926. Estudió Artes, Antropología y Psicología, recibiendo un doctorado de la Universidad de Viena. Desde 1953 ha sido monje en el monasterio benedictino de Mount Saviour en el estado de Nueva York. Él fue uno de los primeros cristianos católicos en participar en el diálogo Budista-Cristiano.

Durante décadas, el Hermano David ha dividido su tiempo entre períodos de vida ermitaña y extensas giras dando conferencias alrededor del mundo. Su público incluye desde estudiantes muy pobres en el Zaire, profesores de la Universidad de Harvard y Columbia, monjes budistas y participantes de retiros sufís, miembros de  comunidades new age, cadetes navales, boinas verdes y participantes internacionales en conferencia de paz.

Ha colaborado en libros y publicaciones que van desde la Enciclopedia Americana hasta el diario New Age Era. Es el autor de libros como “La gratitud, corazón de la plegaria: Una aproximación a la vida en plenitud”. El Hermano David es también cofundador de Gratefulness.org (Viviragradecidos.org en su versión en español), un sitio web de da apoyo a ANG*L (A Network for Grateful Living). Llega a más de 8.000 visitantes diarios, de más de 200 países.

Escucharle me ha hecho pensar en la relación que existe entre su manera de pensar y ver la vida con, por ejemplo, el mindfulness. Agradecer tiene también que ver con ver la vida de otra manera, ver la vida mucho más despacio.

Ser agradecidos nos hace más felices, seguro, pero es que, además, aumenta nuestro “buen rollo”, fortalece nuestras relaciones, hacemos felices a los demás y valoramos esas pequeñas cosas, esos bidones de agua que encontramos en el desierto y sin los que muchas veces nuestra travesía se haría extremadamente pesarosa.

Como podéis ver en este artículo de El País, los psicólogos Emmons y McCollough estudiaron las consecuencias de la gratitud y acabaron concluyendo que tiene profundos efectos en el bienestar físico y también emocional de las personas. En su estudio analizaron las muchas formas de expresarla, como, por ejemplo:

  • Con una nota personal.
  • Comparándose con gente que tiene problemas graves.
  • Dando simplemente las gracias.
  • Controlando mentalmente los pensamientos negativos.

y descubrieron que las personas que hacían de esta actitud un hábito de vida se sentían más saludables, más optimistas y más felices con sus vidas.

Otros investigadores llegaron a la conclusión de que este hábito mejora las relaciones con las personas y propicia el altruismo. Además de ayudar a superar el estrés y las actitudes negativas. Pero uno de los frutos más importantes de la gratitud es que contribuye a generar felicidad.

Así que ya sabéis, menos lamentos (os lo digo yo que soy un “agonías”) y más perspectiva. Como dice el dicho:

Lloraba porque no tenía zapatos hasta que vi a un hombre que no tenía pies