Cómo criticar sin que nadie muera en el intento

«Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas«

Cayo Cornelio Tácito

Una de las habilidades sociales menos tratada y valorada es la de encajar bien las críticas (y, a su vez, saber criticar). Puede parecer una tontería pero mi experiencia me indica que no gestionar las críticas adecuadamente puede cargarse el trabajo en equipo.

El tema es especialmente peliagudo cuando se trata de una crítica individual, o mejor dicho, una crítica que va dirigida contra el individuo. He visto verdaderos dramas por supuestos ataques “ad hominem” que no lo eran.

Situación 1:  Equipo de análisis de guiones de cortometraje. Una conocida artista local  ha escrito un guión para un cortometraje que objetivamente es un “truño”: carece de estructura, los personajes no evolucionan, no hay trama, etc. Vamos, que no tiene ni pies ni cabeza.

El grupo se lo dice de manera directa y ella monta en cólera, insultándonos a todos, tratándonos de poco menos que analfabetos, etc. Conclusión: Abandona el equipo y jamás vuelve a aparecer.

Situación 2: Equipo de ajedrez. Día post-campeonato donde se analizan las partidas de todos los jugadores. El mejor jugador critica los movimientos de un compañero suyo y afirma que parece que su compañero estaba jugando “a verlas venir”, sin plan estratégico alguno. El jugador analizado, intenta justificarse de mil maneras y como lo único que consigue es dar la razón al jugador experimentado, el resto del equipo comienza a mofarse. Conclusión: Nuestro compañero se molesta y no vuelve a aparecer en las sesiones de análisis post-mortem. Al final, queda relegado en el equipo por su falta de actitud y acaba abandonándolo.

¿Qué es lo que ha pasado?

En mi opinión confluyen dos cosas fundamentales:

1) Los criticados se identifican de tal manera con su trabajo (el guión y la partida) que asumen que una crítica a su trabajo es una crítica a su persona.

2) Los criticados no comparten las reglas y el tono con el resto del equipo. Una crítica directa, hecha en un lenguaje directo, les resulta ofensiva y no son capaces de sobreponerse o admitirla.

El hecho de que se trate de actividades individuales supone un peligro extra para el ego. Cuando practicamos deportes de equipo siempre tenemos un grupo donde pasar más desapercibidos. En los citados ejemplos no hay parapetos.

No obstante, en ambos casos las críticas estaban más que justificadas y si los criticados hubiesen sido capaces de “metabolizar” el sarcasmo, habrían extraído lecciones muy valiosas en lugar de tener que abandonar la actividad en el corto o medio plazo.

¿Qué podemos hacer?

La solución tiene que pasar por una doble vertiente:

1) Debemos mejorar en cómo hacer las críticas. La crítica es una herramienta fundamental para la mejora y solución de todo tipo de problemas. Ante de hacer una crítica no estaría mal que desarrollemos un poco de empatía con el criticado y seamos tan cuidadosos en el cómo como en el qué. Evitemos a toda costa tensiones innecesarias o crispación. La verdad de nuestras palabras no se ve alterada por el volumen de voz con el que las pronunciamos.

2) Debemos desarrollar resiliencia a las críticas. No sé si es el término adecuado aunque, con lo mal que lo pasan algunos frente a una crítica, creo que podría considerarse como situación límite. Ninguna crítica carece de interés y por mucho que nos la hagan delante de otras personas y nos dejen en evidencia hemos de sacar lecciones de la misma y poner en marcha las acciones necesarias solucionar el problema que se esconde tras la crítica.

El primer punto nos llevará a los que denominamos “críticas constructivas”. El segundo punto nos permitirá convertir cualquier tipo de crítica en constructiva.

Si como críticos desarrollamos algunos de estos recursos:

  • Usamos la primera persona (yo) dejando claro que es nuestra opinión.
  • Ofrecemos alternativas y no sólo diagnósticos.
  • Manejamos la responsabilidad (propia y del criticado) y no la culpabilidad.
  • Aceptamos opiniones diferentes (incluso las fomentamos).
  • Huimos de extremos que provoquen polarización y enfrentamientos.
  • Somos asertivos.
  • Somos empáticos.
  • Somos respetuosos con las personas.
  • Demostramos con datos nuestras afirmaciones.

aumentaremos la posibilidad de que, a su vez, los criticados:

  • Vean la crítica como una oportunidad de mejora y aprendizaje.
  • Pierdan el miedo a reconocer errores (o a que otros les pongan en evidencia).
  • Escuchen el mensaje sin considerarlo un ataque personal.
  • Agradezcan la crítica y la consideren algo positivo y enriquecedor.
  • Sean capaces de defenderse con asertividad y sin alterarse emocionalmente.

Ambos apartados han sido recogidos por la sabiduría popular en refranes que rezan “quien bien critica, no ofende” o “no ofende el que quiere sino el que puede”.

Mejorar esta habilidad y reducir el número de “secuestros emocionales” que sufren los miembros de un equipo es mejorar la calidad de tu trabajo. Además, no corregir a tiempo estos errores y permitir que se extiendan en la organización convertirá la misma en una dictadura de unos pocos que ordenan y mandan sobre la mayoría. Si los efectos se alargan en el tiempo estas mayorías pueden hasta quedar inhabilitadas para la participación.

Personalmente, considero que esta habilidad social denota madurez en la persona que la ejerce. Sin duda, es mucho más fácil escuchar a una persona que tiene algo que decirte y además sabe cómo hacerlo.

De otro modo, caeremos en un permanente diálogo de besugos con una comunicación en la que únicamente hay emisores y nadie ejerce de receptor: el camarote de los hermanos Marx.

Si a pesar de todo tienes dudas, antes de hablar y liarla, recuerda las sabias palabras de William Shakespeare:

«Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras«