¿Crees que debes poner límites a tu productividad?


“Demasiado dar, cansa”

Ser productivos nos sirve para hacer más cosas “de las que debemos hacer”. Ahora bien, nuestro mundo no es algo aislado donde determinamos los proyectos y tareas que vamos a hacer o planificar y las que vamos a delegar. A nosotros también nos van a delegar tareas o encargar cosas que se convertirán en entradas de nuestro sistema de productividad.

Uno de los problemas de ser productivo es que ante los ojos de los demás te conviertes en “alguien al que le sobra tiempo. Normalmente, aparte de que te miran raro, esto suele derivar en una mayor carga de tareas que antes.

-¡Qué bien vives! Tu bandeja de entrada esta siempre vacía…

– ¡Qué rápido me mandas el acta de la reunión! Cómo se nota que tienes mucho tiempo libre…

– ¿Has acabado la reunión media hora antes? ¿Se ha puesto alguien enfermo?

El efecto inmediato es que “los otros” te van a pedir más ayuda con sus cosas. Si trabajas en una organización, las cosas se complicarán verdaderamente si tu jefe forma parte de “los otros”. Así que el premio más habitual a tu esfuerzo productivo es… ¡más trabajo!

Es en este momento cuando debes pararte y decidir si vas a poner límites o no. Los límites son una cuestión que pocas veces se aborda pero, desde mi punto de vista, crucial en las relaciones humanas.

Pensemos por un momento en esa madre que tiene en casa a su hijo del alma (con treinta y pico años si hablamos de España) y al que le hace todo, desde el desayuno o la cama, hasta lavarle y plancharle la ropa.

¿Qué dice esa buena señora cuando toma café en la reunión familiar o con las amigas?

– Estoy harta de dar sin recibir nada a cambio.

Si partimos de la base de que el hijo de la buena señora es un gandul y un caradura, quizá empaticemos con la visión victimista de la señora pero, lo cierto, es que ella tiene también buena parte de la culpa por no poner los limites.

En toda relación humana, debemos fijar los límites de hasta dónde vamos a dar. Las relaciones productivas, como buenas relaciones humanas, siguen el mismo patrón. La fijación de límites tiene dos cosas buenas:

– Si el otro quiere sobrepasar un límite se lo tendrá que ganar dando algo a cambio (negociar).

– Los límites dignifican nuestro trabajo y nuestro tiempo y contribuyen a hacer visible a los ojos de los demás nuestro esfuerzo.

Si haces todo lo que los demás te piden, aún disponiendo de tiempo para hacerlo, te vas a convertir en una madre con un montón de hijos haraganes. Y créeme que ellos no lo van a valorar lo más mínimo.

Si se trata de un compañero, intenta aplicar el “hoy por ti y mañana por mí” o cuando menos fija un número prudencial de intentos. Cuando una relación de igualdad se convierte en una relación de dominación siempre hay vencedores y vencidos. Trata de que esto no ocurra.

Pero ¿y si es mi jefe el que me pide las cosas?

Con un jefe (o cualquier autoridad) hay que establecer un balance entre la obediencia y la negociación.

– Rubén, quiero me envíes para hoy el borrador del que hablamos este Lunes.

– Ok, Roberto, pero quiero que tengas en cuenta que si hago este borrador se retrasará el informe que me pediste para la dirección y Francisco tendrá que esperar también por el asunto de los servidores de impresión ¿Se lo comentas tú?

Haciendo visible tus tareas y las consecuencias que conlleva la asunción de otras nuevas, estás negociando sutilmente con tu jefe y le estas mostrando tus límites y las consecuencias de sobrepasarlos.

Integra un poquito de estrategia y sentido común en tu sistema de productividad y las cosas irán mejor. De otro modo corres el peligro de estar continuamente desbordado. Sé que es evidente.

No confundas el servicio a los demás y el trabajo en equipo con la obediencia. Servir implica elegir cuándo y cómo, obedecer no.

Recuerda que Jesús habló de hermanos pero no de primos…