Los 7 pecados capitales de los productivos

He estado meditando sobre por qué tan poca gente muestra interés por la productividad personal y sobre por qué las personas que nos autodenominamos productivos sufrimos experiencias del tipo de las narradas en la entrada “Sintiéndome como Ignatius J. Reilly”.

Algo tenemos que estar haciendo mal, pero mal de cojones. Si tan bueno es ser productivo, no entiendo cómo tiene tan poca aceptación o existen tantas barreras. Algunas de las cosas que he visto son:

1) Condescendencia. En su acepción negativa, naturalmente. Esto es, explicar algo simplificadamente y desde una superioridad no real. A veces parece que somos los poseedores del santo grial: el sentido común.

Todo el día diciendo “es de sentido común que es el menos común de los sentidos…” y expresiones similares. A las personas no les gusta que las traten como gilipollas y a veces, sin quererlo, podemos incurrir en este error letal.

2) Iluminación. De nuevo en su acepción negativa. Consultando en la RAE el término iluminado,  se entiende perfectamente lo que quiero decir: “Se dice del individuo de una secta herética y secreta fundada en 1776 por el bávaro Adán Weishaupt, que con la ciega obediencia de sus adeptos pretendía establecer un sistema moral…”.

Coño, eso de “yo tengo la solución a tus problemas” es de un dogmatismo que produce rechazo. En todo caso, yo tengo la solución que me funcionó a mí pero esa solución no es universal ni un producto enlatado y eso nos lleva al siguiente pecado…

3) Universalidad.  Entendido como “la venta de un pack” llámese GTD o JO-DE-TE. Está muy bien esto de tener un sistema pero no dramaticemos. Si no cumples o no te gusta algo, no vas a arder en el infierno de la productividad que, con otras palabras, es lo que a veces se sugiere.

Hay personas que tienen un problema concreto o que, simplemente, no se sienten cómodas con todo un sistema de soluciones. Se sienten encorsetadas. Si no cambiamos esta creencia, no vamos a generar nada más que aversión.

Sinceramente, creo mucho más en la esencia del coaching (perdida ya entre tanto humo) que trata de ayudarte a que seas tú el que busque las mejores soluciones a tus problemas. Sin imponer. A veces sonamos a rancios catequistas.

4) Ceguera. Entendido como hablar de la productividad como un todo o un fin en sí mismo. Oiga, está muy bien que usted imparta formación de productividad o escriba libros o en un blog sobre este tema pero, se ponga como se ponga, la productividad personal es una herramienta para conseguir otros fines.

A veces, nos centramos tanto en la herramienta que nos olvidamos de la mano que la va a usar. Sonamos un tanto  sectarios. Está muy bien tener un blog de construcción de violines pero no nos olvidemos que los toca un músico y, además, es parte de una orquesta. Sin músico ni orquesta, el violín es madera y cuerdas.

5) Literalidad. He leído mucho sobre productividad (libros, blogs, cursos…) y escrito un poco y el noventa por ciento es repetir las mismas ideas una y cien veces. Que sí, que están muy bien las ideas y realmente muchas de ellas nos funcionan a unos cuantos (algo de bueno encerrarán) pero coño, busquemos expresar más nuestra experiencia personal y menos la teoría.

Echo de menos ejemplos reales de sistemas funcionando, algo más allá de “si tienes una reunión o tienes que hacer un informe…”. Queremos llegar a tanto público que muchas veces se cumple aquello de…”el que mucho abarca, poco aprieta”.

Sobre el papel todo funciona, lo complicado es que funcione en la vida real. Esto, a veces, origina un tufillo a la peor autoayuda y a vendehúmos y es que…

6) Ejemplaridad. Bueno, el pecado sería la “falta de ejemplaridad” entendida como que no hacemos lo que decimos. He tenido ya varias experiencias “curiosas” con gente del entorno productivo que adolece de lo que predica.

Y no me vale la eterna historia leída en muchos blogs de “yo empecé con esto porque era un desastre y mi vida era un caos…”. Coño, algunos, siguen en pleno caos. Por supuesto, no daré nombres ni atado en la pira de la hoguera.

De cualquier modo, la gente no es tonta y si lo que hacemos no tiene nada que ver con lo que decimos, tarde o temprano hasta el más tonto se da cuenta.

Por cierto, no confundir ejemplaridad con infalibilidad. La persona productiva tiene tanto derecho a equivocarse como cualquier otra. Pero esto no da carta blanca para contar milongas.

7) Culpabilidad. O mejor dicho culpabilizar, entendido como ese afán tocapelotas de cargar de culpa a los demás con frases como “el tiempo perdido en esto ya no volverá…” o “el tiempo es el mismo para todos…” (y la interpretación derivada de “pero tú eres un inepto que no sabe qué hacer con él”).

Dicen que el maestro sólo aparece cuando el alumno está preparado y la culpa no es ninguna preparación. Lo único que suele conseguir es hundir más a la persona culpabilizada y hacerle sentir mal, algo radicalmente contrario a lo que se pretende.

Si esto ya no le funciona ni a la Iglesia que promete una vida más allá donde se te compensará si te arrepientes no creo que nos funcione a nosotros que tenemos mucho peores argumentos de marketing. Aprendamos a motivar y no a asustar.

En definitiva, soy un pecador porque creo que he incurrido en todos y cada uno de los citados. El problema está en aprender de los errores y, más que enmendarlos, no repetirlos.

Pero bueno, quizás esté equivocado y nada de lo anterior tenga mucho sentido…

¿Tú cómo lo ves?

Imagen | 7 pecados capitales