¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales

“Los medios no son sólo canales de información. Proporcionan la materia del pensamiento pero también modelan el proceso de pensamiento”
Nicholas Carr
El título de la entrada es la inquietante pregunta que emana de Superficiales, el libro de Nicholas Carr. Un libro fascinante, por lo que plantea, y fácil de leer a pesar de estar profusamente documentado.
El amigo Nicholas confiesa los problemas que tiene, desde hace años, para poder concentrarse en un texto largo o un libro y su tesis es que es Internet la que ha modificado su cerebro disminuyendo su capacidad de concentración.
¿Verdadero o falso?
Personalmente me alineo en las filas de Nicholas Carr. Yo mismo he notado esta disminución en la capacidad de concentración. Y sí, el medio, Internet en este caso, lo ha cambiado todo; en cualquier curso sobre contenidos te dicen que Internet es un medio propio, con su propia manera de escribir: brevedad, concisión, listas, etc. Nosotros, los destinatarios de la información, nos vemos influidos también por la forma en que nos llega.
Indemostrable aún, científicamente, es que esa influencia se concrete en un cambio físico de nuestro cerebro pero existen ya bastantes estudios que indican que nuestro cerebro es plástico y moldeable y que Internet afecta, incluso creando adicciones con síntomas similares a las adicciones a sustancias físicas, a nuestras redes neuronales. La buena noticia respecto de la neuroplasticidad es que los cambios son reversibles si modificamos la conducta que ha originado los mismos.
Especialmente interesante en Superficiales me ha parecido la cronología histórica que hace respecto a la evolución de los medios y canales de comunicación; desde las antiguas cartografías dibujadas con un palo en la tierra o talladas en piedra hasta Internet y los smartphones con GPS. Y cómo los mapas fueron el origen del pensamiento abstracto, en lo que al espacio se refiere.
Asimismo, un proceso similar se produjo en cuanto al tiempo. En el medievo, los monjes cristianos, los únicos que tenían unos horarios de oración al margen de la luz solar, se interesaron por disponer de una herramienta de medición, algo que acabó derivando en la relojería y saliendo de los monasterios a los palacios y de ahí a la ciudadanía que necesitaba disponer de un elemento de control del tiempo para organizar sus vidas (ir a las fábricas, etc.).
Esto nos abre el camino a lo que se ha determinado “determinismo tecnológico” (Thorstein Veblen) que defiende que el progreso tecnológico es el principal determinante del curso de la historia humana. Frente a ellos se sitúan los instrumentalistas. Este determinismo se extiende también a la manera de comunicar. En concreto, si miramos la evolución de la escritura podemos ir desde las primitivas arcillas grabadas, la escritura cuneiforme de los sumerios, la invención del alfabeto griego, etc.
Todos los anteriores avances implicaron modificaciones del cerebro para pasar de ser capaz de interpretar logogramas a, posteriormente, signos fonéticos, es decir, palabras. Pero es que el canal también tiene su influencia: desde el caro papiro egipcio, a la tablilla de cera romana, pasando por el papel y la invención de la imprenta. El canal es clave en cuanto al alcance conseguido.
Es curioso que, hasta que aparecen los primeros místicos y los monasterios, la lectura se llevaba a cabo en voz alta, siendo inconcebible leer en silencio. No existían ni siquiera espacios en la escritura (scriptura continua) claro signo de que ésta era un mero medio de reflejar la tradición oral imperante. Los avances en la tecnología del libro cambiaron la experiencia personal de la lectura y escritura.
Y ahora, ¿dónde estamos?
Pues nos encontramos en un momento de cambio histórico al mismo nivel de la invención de la imprenta. De hecho, los ordenadores (incluyendo aquí cualquier dispositivo con acceso a Internet) están desplazando al libro impreso como receptáculo de conocimiento. Pero se está produciendo un fenómeno curioso y es que el conocimiento impreso está siendo desplazado, que no reemplazado, por un contenido más liviano, entretenimiento que no conocimiento (aunque contradictoriamente el conocimiento sigue estando ahí, más al alcance aún que antes).
Un libro digitalizado no es un libro impreso. La expresión corporal y los estímulos sensoriales con uno y otro son diferentes. Hacer scroll y pasar página no es lo mismo, etc. La vista, el tacto… Los hipervínculos también abren la puerta a eso que en productividad personal llamamos “navegación inconsciente”; y aunque sea consciente, fracciona nuestra atención. Por no hablar de las posibilidades de buscar, incluir elementos multimedia y, sobre todo, la bidireccionalidad, entre emisor y receptor, que distingue a Internet del resto de canales o medios de masas conocidos hasta el momento.
La Red lo ha cambiado todo. Incluso los medios impresos que subsisten tratan de imitarla, poblando todo de breves reseñas, imágenes llamativas y sacrificando los largos artículos de autor o los relatos por entregas, etc. Por no hablar de los lectores de ebooks. También los escritores han cambiado su manera de escribir si lo hacen en formato electrónico.
Peligros.
Todo lo anterior parece indicar que “cuando nos conectamos a la Red entramos en un entorno que fomenta la lectura somera, un pensamiento apresurado y distraído, un pensamiento superficial”.
Por otro lado, la Red proporciona un sistema de alta velocidad para entregar respuestas y recompensas lo que contribuye a que para muchas personas “estar conectado” resulte altamente adictivo (hasta casi el ridículo, como he contado en “Esclavos del whatsapp” o “Teléfono inteligente no es sinónimo de inteligente con teléfono”).
La gran paradoja que encierra Internet es que reclama nuestra atención de manera mucho más insistente que otros medios (por eso estamos como zombies mirando a nuestros móviles) pero lo hace para dispersar esta atención, entre decenas de conversaciones, webs y aplicaciones abiertas de manera simultánea.
Quiero ir cerrando ya porque esto se está alargando y no cumple con los requisitos de superficialidad de Internet. Parece comprobado mediante escáneres cerebrales que las partes del cerebro que se activan leyendo un libro en papel o en digital son diferentes. Es más, parece comprobado que los conocimientos adquiridos mediante un ejercicio de atención sostenida perduran mucho más que los adquiridos en medios digitales.
Por lo tanto, la gran pregunta es: ¿nos está volviendo tontos Internet?
Y si lo anterior fuera cierto, ¿a quién le interesa que haya ciudadanos cada vez más dispersos, con memoria de pez y Superficiales?
Posiblemente, el problema y la solución comparten espacio: Internet.